En principio quiero dejar expresa constancia de que suscribo toda pretensión y demanda sobre los derechos lingüísticos de una comunidad sobre su manera de comunicarse.
Hecha la salvedad, diría que el tema es la lengua, pero aunque en los ámbitos académicos no se la utilice frecuentemente o se la remita a temas extralingüísticos, creo que la palabra más adecuada para este tema es idioma y, con las reservas de no caer en falacias etimológicas, su raíz griega – ἴδιος – describe todo aquello que nos es propio, inherente, peculiar. Es la misma raíz de la que surgen identidad, idiosincrasia (también deriva idiota, pero es mejor no abundar).
Lo cierto es que la lengua, el idioma o como se le quiera llamar, forma parte indisoluble de la subjetividad y es uno de los constituyentes más determinantes en la organización de las sociedades.
La relación entonces entre los miembros de una comunidad está entretejida en gran medida sobre los vínculos que articula la lengua.
Así, los hablantes no podemos renunciar a nuestro derecho no solo de usarla, sino de ejercer nuestra creatividad para dar cuenta de situaciones, sensaciones, objetos, destinatarios o cualquiera sea la variable que condicione la optimización de la producción semiótica y comunicativa. El derecho lingüístico a operar con y sobre nuestra variedad lingüística no es solo un derecho político, es un derecho humano que habilita las modalidades de expresión más adecuadas y más propicias para un intercambio efectivo.
En síntesis, somos agentes productores de la lengua en la que vivimos, nada puede limitar ni alterar las posibilidades gramaticales del sistema, que, por su propia constitución, no diríamos que se autorregula, sino que funciona con una serie de reglas, categorías, criterios y convenciones que motorizan todas las potencialidades expresivas y comunicativas que validan su pertinencia.
Con estos mismos principios se impone reflexionar también sobre la descripción de ciertos aspectos que los usuarios deberíamos (uso el condicional, aunque no sé si corresponde) contemplar ante, en nuestro caso, el español de la Argentina.
Previo a cualquier consideración al respecto, conviene recordar un concepto al que accedemos por la lectura de Saussure y que sustenta la oportunidad de intercomprensión: la convención. Convenir es admitir tácitamente que en un determinado contexto y con particulares interlocutores va a regir un mismo código (en el sentido más amplio) para la designación, información o caracterización simbólica de la información a compartir. Es de Perogrullo señalar que la convención se establece en tanto y en cuanto haya otro con el que convenir. Por esto ya es un presupuesto que la lengua y la sociedad son dos constructos teóricos que suelen abordarse por separado, pero que en la práctica aparecen indisolublemente unidos e interdependientemente ligados. Es decir, la existencia de la lengua supone necesariamente la existencia del otro, del semejante, y que exista un semejante demanda un modo eficiente de contacto como la lengua.
Esta característica básica nos impulsa a reconocer la existencia de un igual, a respetar su singularidad y a considerar respetuosamente el convenio comunicativo que contrajimos al adoptar un mismo sistema. De lo que se desprende que, a pesar de la tan vapuleada mutabilidad, el lenguaje requiere de un consistente mantenimiento de sus criterios, de sus categorías, de sus reglas (y no estoy hablando de normas, todavía).
Al ser operado y administrado por los hablantes, la lengua va a dar cuenta de las alternativas que suscitan, pero con ciertos límites. Desde el aspecto léxico, la lengua española admite la incorporación de variada terminología procedente de otras lenguas o de situaciones puntuales que aún no se habían conocido. Por ejemplo, va a aparecer una inusitada cantidad de verbos nuevos. No hay restricciones para añadirlos a su inventario, pero sí puede advertirse la restricción de que todos van a pertenecer a la primera conjugación, ya que es la única que el español mantiene activa. Podrán sustantivarse, adjetivarse, verbalizarse o hacer lo que sea con las palabras existentes o nuevas, pero sus rasgos gramaticales, sus morfemas de número, de persona, tiempo, género, etc. son los mismos, por lo menos, desde que Nebrija escribió su Gramática. No fueron afectados por el paso del tiempo ni de las condiciones de uso. El principio de economía del lenguaje se hace evidente precisamente en estas categorías.
Somos “dueños” de nuestro idioma, pero al mismo tiempo estamos determinados por su funcionamiento. Solo podemos decir lo que la lengua nos permite y, cuando pretendemos trasgredir sus pautas, nuestras producciones chocan con la comprensión, resultan artificiosas, nos enfrenta a la resistencia de gran parte de los usuarios.
Puntualmente, existen algunos detalles que también vale la pena mencionar por la vulneración de su contenido semántico. Si bien las preposiciones son articuladores que proporcionan el tipo de relación entre palabras, suele suceder que se usen con derivaciones irregulares. Tal vez por su ilusión de pertenencia discursiva, solemos escuchar que algo sucede al interior de la escuela. La preposición a, entre otros usos, es seleccionada por verbos de movimiento, indica dirección, merecería acompañar a verbos tales como ir, dirigirse, llegar, entre otros. En la frase seleccionada, correspondería usar en, a nadie escapa que esta otra preposición denota el lugar, tiempo o modo en que se realiza lo expresado por el verbo. No es esto una declaración purista, sino un detalle que nos permite observar la flexibilidad o liviandad con la que repetimos formas sin advertir lo que conocemos del español. Tal vez, sea este llamado a prestar atención uno de los roles que tendríamos que asumir como hablantes.
Otro, sin dudas, tiene que ver con la ortografía. Sabemos que las normas (ya no reglas, puesto que son externas al sistema) generalmente son arbitrarias, algunas pueden justificarse filológicamente, otras por su pertenencia a regionalismos o sustratos muy puntuales, pero lo que es generalizado es que son consensuadas, que tienen validez para todas las variedades del español. Posiblemente esto resulte muy pretencioso, pero su intención es solidaria. La idea es que cada vez que escribimos no es una actividad ociosa, lo hacemos para que otro lo lea y, más allá de que lo asistemático se trate de un recurso neologista y literario, sostener las determinaciones de la ortografía es un gesto de respeto a su lectura.
Y en el caso que más nos toca, el de los intelectuales, nuestro compromiso con la lengua debería ser pleno. En las ciencias, el discurso es el vehículo de concepción, transmisión y comprensión de los conceptos, relaciones y categorías. Llegamos a conclusiones por los argumentos que surgen de nuestras hipótesis, que debemos explicar y comunicar con rigor y persuasión, y cada una de estas instancias es lingüística.
Obviamente, existen más cuestiones en las que detenerse: las publicaciones en nuestra variedad, la claridad en nuestros discursos, el uso de extranjerismos como indicio de internacionalidad, la traducción como una disciplina humanística, la producción de arte en español, etc., pero estas dimensiones merecen otro tratamiento más específico.
Mi objetivo inicial era ir planteando una serie de “responsabilidades” para con la lengua para balancear con los derechos lingüísticos y, como suele ocurrir en estas lides, la lengua me llevó a transitar el camino del compromiso, mientras que a cada rato me he ido encontrando con el sujeto, que no es más que la medida, la justificación y el alcance de cualquier dispositivo semiótico.
Ilustración: La gran Muñeca, por Chachi Verona
Me gusta la murga y suelo hablar mucho, pero mucho sobre el género.
Hace un tiempo me di cuenta que cada vez que alguien me pregunta sobre qué espectáculo ver (para inicarse en el mundo de las murgas) siempre recomiendo alguno de La gran muñeca, siempre de algún año diferente, según quien me consulte. No escucho sólo a La muñeca, me atrae todo tipo de murga, pero instintivamente es en la agrupación en la que pienso cada vez que alguien me demuestra un mínimo interés por adentrarse a este mundo murguero que a mí me impactó desde el primer día que vi una murga en vivo. Aunque, en realidad, no fue tan así…
Como tantos rosarinxs, la primera vez que vi una murga en vivo fue en el año 2007, cuando Agarrate Catalina hizo una de sus primeras giras por Argentina y tocó gratis en diversos espacios públicos. Me tocó verla bien de lejos en las escalinatas del Parque de España. Recuerdo que me gustaron las letras, pero no pude apreciar mucho más desde el lugar en el que estaba, no supe de los trajes, ni de la puesta en escena, ni del maquillaje. En los años siguientes volví a verla en un teatro y sumé a mi repertorio a Falta y resto, otra de las murgas que llegaban a Rosario. Por ese entonces, debido a mi escaso presupuesto, las veía de lejos, sin poder apreciar la totalidad de un espectáculo de murga.
En 2015 viajé a Montevideo y rápidamente ese recuerdo de la murga se activó. Justo era enero, época de carnaval, el momento ideal para volver a ver a La Catalina y a Falta y Resto, para conocer los tablados. Pero es complicado cuando no se conoce el circuito, cuando no sabemos muy bien adónde hay que ir. Conocí en ese viaje tres tablados, los céntricos, por supuesto: el Teatro de Verano, el Museo del Carnaval y el Velódromo. Me costó entender por qué justo nunca estaban las murgas que quería ver… Claro, eran 17 agrupaciones concursando (era un concurso) y Agarrate Catalina no salió ese año.
De todos modos, ese viaje me cambió, porque pude ver murgas dentro de su propio sistema, pero especialmente desde una primera fila, observando los gestos, los movimientos corporales, los detalles de los vestuarios. Quedar un poco sorda por las clarinadas, empezar a sentir que todo a mi alrededor dejaba de tener sentido, dejaba de existir, pues lo único que quería era seguir el hilo conductor de un espectáculo. Fue todo un descubrimiento.
Volver en 2016 y cada año de ahí en más, ya conociendo el circuito, sabiendo dónde y cómo ir, estando siempre en las primeras filas, haciendo cálculos matemáticos para llegar a ver la mayor cantidad de espectáculos posibles por año se convirtió casi en un vicio para mí (y para la gente que arrastro año a año en esta vorágine de ver murga todas las noches).
Ver espectáculos de murgas me resulta una cuestión vital, que me genera la necesidad de transmitir mi experiencia. Al igual que cada vez que escuchamos una canción, vemos una obra o conocemos un buen lugar para comer, nos nace esa imperiosa necesidad de comentarlo, de avivar al resto de los mortales como si lo que a una le gusta debiera maravillarlxs a todxs. Bueno, acá estoy, escribiéndoles, porque ya no conozco a nadie más a quien no haya atosigado hablando de murga.
Quisiera volver sobre las razones de mi recomendación para que vean y escuchen a La gran muñeca, sobre todo si es la primera ocasión que van a ver una murga.
Debo admitir que en mi primer viaje no vi a La gran muñeca. La conocí en 2016, justo el año en que salió campeona, cuando descubrí gracias a ese espectáculo todo lo que me podía reír viendo una murga. No sólo abordan la crítica social, la queja, o el resumen de lo que sucedió en el año: la murga es también humor y, en cada uno de los espectáculos, pude encontrar una murga que trabaja precisamente con el tipo de humor que me hace reír. Eso es precisamente lo bueno de la pluralidad y variedad de murgas, y tengo la certeza que les va a gustar la propuesta artística de alguna de ellas.
Foto: Renata Bacalini. La gran muñeca, 2016.
Entonces … ¿por qué La gran muñeca?
Me gusta pensar que esta agrupación tiene una esencia, un sentido de pertenencia, un estilo que intenta mantener. Pensé en decir que es una murga con alma, pero es una frase un poco vacía si no se sabe a qué refiere para cada espectador. Me gusta esta murga porque sabe elegir los temas que va a abordar y se nota el gran trabajo que realiza para presentarlos de una forma original, reflexiva y, a su vez, comprensible. Siempre es actual, presentando el tema justo, discusiones comprometidas, anticipándose a temáticas que luego se desarrollan y profundizan en otros carnavales. Nunca apelan al tema fácil que está de moda para hacer sus cuplés, no recurren ni a lo obvio ni a lo literal (y tal vez eso a veces le juega en contra en el contexto del concurso).
Condensa al género murga de la forma más representativa que encuentro para hablar de esa mezcla precisa entre humor, crítica social y un coro de excelencia. Tal vez haya murgas con mejores coros (no suele pasar), con mejores letras, más críticas, más graciosas; pero La muñeca sabe hacer interactuar esos elementos de una manera perfecta. Desde hace dos años, esta murga es dirigida y arreglada por Edú “Pitufo” Lombardo, suscitando elogios del estilo “Es una maquinita” o “Es como escuchar un disco”.
Como toda murga, aborda temáticas vinculadas a su coyuntura, como la política uruguaya, las costumbres locales, las elecciones, el desempeño de la selección en los mundiales. Pero también insiste en sus espectáculos en discutir sobre causas universales que deberían interpelar a toda la ciudadanía, como la lucha de las mujeres por la reivindicación de sus derechos, la defensa del medio ambiente, la complejidad de paternar y maternar, la educación, las migraciones, los pueblos originarios, la salud mental y la sociedad de control.
La muñeca incluye en su repertorio una mirada latinoamericanista, que se vislumbra desde el cuplé de los libertadores (2017), pasando por la problemática de las migraciones (2019), para continuar con el cuplé/salpicón de los pueblos originarios (2020), donde se respaldan las diversas movilizaciones y luchas acontecidas en América Latina.
La murga es actual y presenta discusiones comprometidas, pero sin necesariamente abordar un cuplé sobre un hecho específico que aconteció en el año. Tanto la elección de los temas como su abordaje diferencian a La gran muñeca.
Foto: Renata Bacalini. La gran muñeca, 2024.
El conjunto nunca estuvo ajeno a la discusión sobre el carácter colectivo del carnaval. Un elemento que siempre me interesó sobre el género es el metalenguaje, la construcción discursiva que está presente en las letras de muchos espectáculos de las murgas que cantan sobre sí mismas y su accionar en el carnaval. Para saber qué es murga no hay más que escuchar lo que nos tienen para decir las agrupaciones sobre el género, es en los mismos espectáculos donde mejor se teoriza sobre las murgas y La muñeca es una de las que más y mejor lo hace al debatir en sus letras sobre su rol, sus rasgos, cómo se piensa en el contexto del carnaval, sin dejar de burlarse de sí misma. Cantaron sobre el cupletero nuevo (2008), la complejidad de encontrar lugar donde ensayar por ruidos molestos (2009), los pros y las contras del carnaval (2011), los carnavales de antes, los tipos de murga, los integrantes de una murga (2013), la clasificación al carnaval (2014), el crecimiento exponencial del género (2015), sobre si hacer murga es un juego o un trabajo (2017), la representación sindical de lxs carnavalerxs (2018) y hasta reflexionaron si otro carnaval es posible (2020). Hablar de murga y carnaval es algo frecuente en casi todas las agrupaciones, principalmente en el saludo y la retirada, donde se comenta que volvió la murga y/o promete volver. Sin embargo, La gran muñeca creó diferentes cuplés a lo largo de los años para discutir el tema.
Quiero expresarles otras razones de mi recomendación para que vean esta murga más allá de sus letras. Una es el profesionalismo: si bien doy por sentado que todas las murgas lo deben tener, en este caso pude atestiguarlo tanto en los ensayos como en los viajes en la bañadera (y acá otro de los motivos, ya que permiten acompañarlos en su recorrido por los tablados). Un dueño comprometido y participante en toda la organización artística de la murga que se preocupa por modificar el espectáculo, por trabajar lo que funciona y lo que no. Es una de las murgas que por lo general cambia alguna parte de su espectáculo en cada ronda. En este punto, me toca presentar formalmente una queja, ya que usualmente el recorte que hacen del espectáculo es para sacar la parte que a mí más me gusta, como sucedió con el fragmento sobre los mandalas en Murga, cuerpo y alma (2019) o el festejo del cumpleaños en 101 años (2022). De los ensayos a las actuaciones siempre falta mi parte favorita.
Amo esta murga también porque me permitió conocer mucho de la música uruguaya. Como las murgas hacen contrafactum, cada vez que escuchaba una melodía que me gustaba, pero no conocía, trataba de indagar quién la había creado. Así pude conocer a Franny Glass (hoy Gonzalo Deniz), Mocchi y Papina de Palma.
Y cierro mis lisonjas a La muñeca mencionando que en los últimos años convirtió al Club Social Deportivo y Cultural Tito Frioni en su lugar de ensayo, recuperando la esencia de la murga como agrupación de pertenencia barrial.
Debo confesar que me siento un poco culpable porque este texto ya casi parece un panfleto o una publicación paga, pero es lo que siento hoy sobre el género. También me pasa con otros espectáculos y otras murgas, pero como esta no es más que una invitación a conocer el género y a, tal vez, fanatizarse como yo, me voy a quedar por acá, dándoles la oportunidad de refutarme y de pensar completamente diferente. Eso sí, no juzguen al género hasta no verlo desde las primeras filas.
El zorro y el erizo es una publicación digital del Programa de Contenidos Transversales Acreditables de Grado de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario que busca acoger las voces de nuestra comunidad académica, comprometidas con los debates contemporáneos y la reflexión crítica sobre lo urgente y lo inactual. El nombre elegido remite a uno de los libros del pensador letón Isaiah Berlin (1909-1997), cuya obra dispersa y múltiple, cual las astucias del zorro, contrasta con la noble figura del erizo, signada por la sistematicidad y la centralización. Berlin abordó, entre otros temas, la libertad, la contrailustración y las relaciones entre ética y política.
Coordinación:
Lic. María Emilia Vico – Lic. Federico Donner
Diseño:
Secretaría de Comunicación (HyA_UNR)