Deberíamos aprender a leer, siempre,
en el rostro de nuestro semejante,
el luminoso resplandor de su diferencia
Emmanuel Lévinas
Los antepasados de los actuales gitanos abandonaron las regiones del Punyab y del Rayastán (noroeste de la India) hace poco más de 1000 años. De ahí en más, nunca detuvieron su marcha hasta el punto de hacer del viaje una forma de vida. Aunque las causas que determinaron su éxodo todavía no han podido ser esclarecidas, un buen número de investigadores sospechan que pudo deberse a la invasión islámica llevada a cabo por el ejército del sultán Mahmud de Gazni entre los años 998 y 1030. Después de un largo peregrinar por tierras del Cercano Oriente y Asia Menor, logran cruzar el estrecho del Bósforo en Turquía y en los albores del siglo XIV llegan a Grecia, que se convertirá así en el primer país de Europa en recibirlos. Al verlos, los griegos los confundieron con los “atsinganos”, una secta religiosa proveniente de Persia, compuesta mayormente por músicos, adivinos y encantadores de serpientes; pero los recién llegados, además de descartar su pertenencia a dicho grupo, les explicaron que ellos venían de Egipto y que estaban realizando un peregrinaje religioso de expiación. Probablemente, se haya tratado de una estrategia de supervivencia, ya que la Iglesia acostumbraba a dar asilo y limosnas a los penitentes religiosos. Por otra parte, los ampliamente difundidos exónimos con los cuales se los conocerá después, provienen de este primer encuentro con los griegos. Así, recordemos que “cíngaro” deriva de “atsingano”, mientras que “gitano” lo hace de la palabra “egipciano” por creer que provenían de Egipto.* Este malentendido trajo consecuencias respecto al supuesto origen de los gitanos, ya que por mucho tiempo se creyó que eran originarios de Egipto, cuando en realidad ellos se estaban refiriendo al “Egipto menor” o “pequeño Egipto”, que así es como se conocía a una región de Turquía en aquella época.
A los grupos humanos siempre les ha costado concebir la idea de unidad en la diversidad. En efecto, cuando la presencia del “otro cultural” golpea en las puertas de nuestras murallas lo primero que sentimos es asombro y un poco de desconfianza, puesto que sus formas de vida, sus prácticas cotidianas y sus maneras de concebir el mundo nos resultan, la mayoría de las veces, extrañas e incomprensibles a nuestro particular y etnocéntrico punto de vista. Es cierto que esta barrera no ha impedido que se dieran encuentros e intercambios de todo tipo entre grupos humanos culturalmente diferentes; pero también es verdad que a la expectación o curiosidad inicial le ha seguido otras veces el desprecio, a tal punto de considerar al “otro” como un intruso, o como un ser inficionado e indigno que no merece compartir con nosotros el mismo mundo social. A propósito de esta última cuestión, Piglia afirmaba que las tradiciones dominantes construyen dos límites para defenderse de los extraños: en una de estas fronteras, la diferencia se convierte en señal de amenaza, en la otra en un enigma indescifrable, y como dos hebras de una misma urdimbre dichos trazos se entrecruzarán para ir tejiendo una imagen negativa del otro.
En verdad, lo que nosotros (“payos”, “gayés” o “criollos”) estamos “seguros de saber” sobre los Roma es un “conocimiento” muy vago y distorsionado, fundado en suposiciones, generalmente malintencionadas, historias que nos han contado, o que hemos leído y que provienen mayormente de la exposición estereotipada que de ellos hacen los medios de comunicación, sobre todo la radio, la televisión y los diarios. Entre estos últimos, con honrosas excepciones, hay una marcada concentración de noticias que vinculan a los gitanos con el delito y el escándalo. Ellos, por supuesto, cuando pueden se defienden y responden: “entre nosotros hay gente buena y gente mala, lo mismo que entre ustedes”. Desde luego, este gran desconocimiento y la mirada unidimensional negativa con la cual se los estigmatiza alimenta sentimientos de alterofobia, un rechazo agresivo hacia una diferencia que es percibida como inquietante, y cuyo resultado sería la construcción de un “nosotros” alejado del “otro”.
Se ha dicho que lo que no se recuerda vuelve a repetirse como un eterno retorno. Vale la pena, entonces, traer a nuestra memoria los atropellos y vejaciones que históricamente gitanos y gitanas de diferentes partes del mundo han tenido que soportar con desesperante resignación: vandalismo, quema y destrucción de carpas, sustracción arbitraria e ilegal de vehículos, esclavitud, deportaciones, el Samudaripen que segó las vidas de más de medio millón de gitanos y gitanas en los campos de concentración nazis,** prohibición de tránsito y estadía en los territorios donde residen, prohibición de hablar en su lengua y de vestir sus ropas, sustracción de niños y niñas por parte del Estado para que sean educados en orfanatos o por familias criollas, esterilización forzada a sus mujeres, prohibición del ingreso a supermercados y centros comerciales. Conocer este derrotero de sufrimiento y de persecución, tal vez nos haga comprender mejor ahora la memorable frase de una anciana gitana cantaora conocida como Añica La Piriñaca quien, al ser interpelada por un investigador que le preguntó qué sentía al cantar, obtuvo de ella la siguiente respuesta: “cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre”.
Lo que buscaron denunciar y visibilizar los activistas romaníes con la creación del himno (el Gelem Gelem) y de la bandera gitana durante el 1er Congreso Internacional Gitano celebrado en la ciudad de Londres el 8 de abril de 1971 fue el antigitanismo y la violencia ejercida durante siglos por la sociedad “payocéntrica”. Dicha celebración gestó la Unión Romaní Internacional como incuestionable hecho político que les proveyó a las diferentes organizaciones y activistas gitanos un “marco legal” en su lucha política y en la defensa de sus derechos constantemente avasallados.
“El propósito de este Congreso es unificar a los Roma y estimular su acción en el mundo entero, inducir una emancipación acorde con nuestra propia intuición y nuestros ideales, y progresar al ritmo que nos conviene […] Todo cuanto nosotros hagamos tendrá la marca de nuestra propia personalidad; será Amaró Romanó Drom, nuestra ruta romaní […] Nuestro pueblo debe planificar y organizar una acción local, nacional e internacional. Nuestros problemas son los mismos en todas partes: debemos servirnos de nuestros propios modelos de educación, mantener y desarrollar nuestra cultura romaní, impulsar un nuevo dinamismo en nuestras comunidades y forjar un futuro de acuerdo con nuestro estilo de vida y nuestras creencias. Hemos sido pasivos durante largo tiempo y creo que podemos lograrlo, comenzando hoy”.***
* En la Conferencia Mundial contra el Racismo, realizada en Durban, Sudáfrica, en 2001, las diferentes asociaciones y activistas gitanos que se encontraban allí demandaron que se respetara el único nombre por el que los gitanos de todo el mundo quieren ser conocidos e identificados: el término Roma, con acento tónico en la “a”, plural del nominativo Rom, palabra que en lengua romanés significa hombre.
** A los fines de visibilizar este genocidio olvidado, la memoria ejemplar del pueblo Rom ha optado por algunos de estos tres términos para nombrarlo y así poder sacarlo del olvido: 1.- Porraimos (“Violación”, según la forma dialectal que adopta el romaní entre los gitanos de Los Balcanes); 2.- Samudaripen (“Asesinato en masa”); y 3.- Kali Tras (“Miedo Negro”, según el romaní de los Rom rusos).
*** Extracto del discurso de apertura del congreso. En Entrevista a J.P Courrier Balkans 2021, pag.4 http://www.presenciagitana.org/Entrevista-J-P-CourrierBalkans2021ES.pdf
La Feria de las colectividades es, desde 1984, la fiesta popular más importante de Rosario y la región. Con el correr de los años, la narrativa de una ciudad forjada mayoritariamente por inmigrantes europeos se fue complejizando al incorporar otras voces como las de la comunidades Kolla o la AA’LO MOCOIT, que no habían llegado en barco sino que ya estaban aquí, o las de comunidades más jóvenes, como la de Haití y las de las naciones modernas africanas.
Sin embargo, la ausencia de la comunidad gitana provoca un silencio ensordecedor. El documental Rom, el primero que produce la Facultad de Humanidades y Artes, intenta abrirse a todas las dimensiones de una pregunta que no tiene respuestas fáciles: ¿Por qué los gitanos no están en el gran evento? ¿Qué pasa que el pueblo de la carpa no participa de esta gran feria de carpas? ¿Qué es maldecir? ¿Quiénes son en realidad los que maldicen? ¿Y quiénes son los malditos?
Hacerse cargo de estos interrogantes es un desafío ético, político y estético para escuchar aquellas voces a las que hasta ahora no le habíamos dedicado nuestra atención. Además de la producción de Rom, dirigido por Federico Rathge y Darío Ares, la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR dispuso que a partir de este 8 de abril se conmemore todos los años el Día Internacional del Pueblo Gitano, una fecha que no suele formar parte de la memoria de la cultura universitaria de nuestro país.
En Rom, los representantes de las comunidades alemana, gitana, griega y judía se despojan de su rol institucional y hablan como sujetos singulares que se inscriben en sus comunidades, contando sus historias familiares. Este es el núcleo narrativo del documental según las palabras de Darío Ares.
La participación en Rom de miembros de la Kumpanya (comunidad gitana) del Barrio Las Delicias de Rosario, como la familia de Susana Cristo y Sergio Sánchez, fue posible gracias al proyecto Peravás Shiduiá (Derribando Muros) dirigido por los Antropólogos Omar Ferretti y Celina Pena, docentes e investigadores de nuestra facultad. Este proyecto busca fortalecer el vínculo entre la comunidad gitana y la escuela, promoviendo la convivencia intercultural.
En este sentido, la transmisión de una lengua aparece como un problema fundamental que de algún modo aqueja a los miembros de comunidades tan diversas como las que participan en este documental. Durante por lo menos un siglo, fue precisamente la escuela pública un dispositivo de aculturación en el cual las otras lenguas eran prohibidas o al menos eran motivo de vergüenza. Ya se trate del romaní, del ídish, del alemán o del griego, la escuela pública educaba al soberano al tiempo que se esforzaba por borrar los rastros de la barbarie o de la plebe ultramarina.
En este sentido, el proyecto Peravás Shiduiá, con sede en la escuela Atahualpa Yupanqui, busca precisamente replantear ese rol civilizador de la escuela pública a partir de una política de las diferencias. Es desde esta misma perspectiva que Rom, a través de la sensibilidad y de una escucha cuidadosa, no invasiva ni exotizante, permite que las comunidades presentes y ausentes celebren una verdadera fiesta.
El zorro y el erizo es una publicación digital del Programa de Contenidos Transversales Acreditables de Grado de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario que busca acoger las voces de nuestra comunidad académica, comprometidas con los debates contemporáneos y la reflexión crítica sobre lo urgente y lo inactual. El nombre elegido remite a uno de los libros del pensador letón Isaiah Berlin (1909-1997), cuya obra dispersa y múltiple, cual las astucias del zorro, contrasta con la noble figura del erizo, signada por la sistematicidad y la centralización. Berlin abordó, entre otros temas, la libertad, la contrailustración y las relaciones entre ética y política.
Coordinación:
Lic. María Emilia Vico – Lic. Federico Donner
Diseño:
Secretaría de Comunicación (HyA_UNR)