En el momento de la vuelta, la democracia emerge con el fantasma de la violencia a cuestas. La arrastra desde un pasado que todavía no termina, que le pertenece. Un pasado que se proyecta sobre el presente como una sombra. Y como sabemos, en la sombra anida mucho más el terror que en el cuerpo que la proyecta. Esta violencia es el signo del periodo anterior, su esencia primigenia. Tanto la acción política de nuevo signo como las distintas formas de la ficción tienen algo así como un imperativo para dar cuenta de esta violencia, no solo como conjuro, sino también como un intento de comprenderla, de darle una forma precisa a esa dimensión monstruosa.
Después del acontecimiento de revelación enceguecedora que representó el informe de la CONADEP, ese Nunca Más jurídico que, como dejó en claro el fiscal Strassera, no era un alarde de originalidad individual, sino que “pertenecía a todo el pueblo argentino”, los parámetros existentes para explicar la experiencia de la violencia y del terror se volvieron no solo insuficientes sino inútiles, incluso extemporáneos. Hay un resto de encarnación en los cuerpos desaparecidos, en los cuerpos torturados que solo puede percibirse como algo del orden de lo inefable. Como leería Perlongher: “en todos lados hay cadáveres”.*
La ficción cinematográfica, en ese momento de emergencia democrática, de caída de la tutela estatal sobre la actividad creativa, se ve libre para enfrentarse a su propia angustia y a su propia necesidad de intentar una explicación ante lo inédito de esta experiencia, para poder construir una autofiguración nueva, aunque sea precaria, provisoria. En otras palabras, un nuevo cine para un tiempo que se siente como de recuperación pero también de construcción ex nihilo. La prepotencia de la monstruosidad anterior, su carácter inclasificable, único en su especie, abre este doble panorama de la experiencia del presente.
Podría pensarse que dos procesos paralelos y convergentes se inauguran y se retroalimentan. Por un lado, el proceso de construcción político, eso que podríamos llamar la configuración de un estado democrático “para siempre”. Por el otro, un proceso de comprensión de la violencia por la ficción en el sentido de discurso simbólico de una comunidad en reformulación para el “nunca más». Dos invocaciones a un tiempo futuro desde un presente de precariedad, un ajuste de cuentas utópico, una pelea por la vida en común y por el sentido desde la angustia.
El proceso político se caracteriza por avances y retrocesos como en todo momento de reconfiguración colectiva. Un tire y afloje entre fuerzas progresivas, regeneradoras y fuerzas reactivas, solidarias del terror todavía vigente. Si tuviéramos que pensar en un humor compartido para este periodo, algo así como un inconsciente colectivo, su postulación más precisa sería la de una esperanza impenitente. Una esperanza total, en el sentido que contiene todas las esperanzas posibles. La esperanza de libertad, la esperanza de justicia, la esperanza en una participación política medularmente transformadora, la esperanza en una alegría para siempre. Con la democracia “se come, se cura y se educa”, el preámbulo de la constitución vociferado como un “rezo laico”.
Y con la democracia también se crea. Pero ¿para qué se crea en democracia? ¿Cuál es el imperativo ético de la creación una vez terminada la etapa de la resistencia o del mutismo? ¿Cómo se justifica la creación en la libertad total? ¿Es total esa libertad? ¿Es imperativa una justificación para la creación artística?
La ficción en la vuelta a la democracia tantea respuestas a algunas de estas cuestiones. Y si digo tantea es porque estas respuestas no se formulan taxativamente, no son una posición programática. Porque cualquier programa es imposible en esta transición que no se termina de entender del todo, en este momento donde el miedo todavía se siente en las tripas.
La programática es imposible, porque la sensación de vivir en estado de transición hace temblar la letra del panfleto, porque eso inefable del horror pasado todavía pone en cuestión la posición desde donde interpelar al enemigo, porque su rostro es legión. Aquello de más programático que tiene la ficción de la reconstrucción democrática, sus “inflexiones testimoniales” o vienen de antes y por lo tanto su tiempo orilla lo anacrónico o intentan escribir una historia para el futuro y en ese sentido son prospectivas. En ambos casos su contemporaneidad con el presente solo puede pensarse en tanto y en cuanto hecho estético en construcción, un acto de fe compulsiva. Criaturas hijas de un tiempo de desamparo, un ajuste de cuentas en el medio de la intemperie simbólica.
Pero hablar de una programática imposible no quiere decir de ninguna manera que no sea un tiempo de poéticas fuertes. Por el contrario, hay una voluntad estética afirmativa. Incluso hasta podría decirse que hay una necesidad de afirmarse en la creación, de refugiarse en un decir para la comunidad.
De alguna manera, al escuchar este decir prepotente podemos ver uno de los bucles donde las dos modulaciones, la política y la ficcional, se rozan. Se podría pensar que la ficción y la política se ponen espalda contra espalda para enfrentar a un enemigo que tiene la cara de sus debilidades. La ficción intenta conjurar y explicar en el plano simbólico, en la dimensión de ese relato popular y común, en un nuevo sentido para “todo ese pueblo argentino” en busca de patria, los peligros que la democracia política sufre en su carne y en sus sueños.
Habría una serie ficcional que se enhebra desde la reconstitución empática de la ruina en Darse cuenta, pasando por las fantasmagorías del exilio y la pérdida en el Sur o la ignominia de la Historia oficial para clausurarse en la risa grotesca ante nuestras miserias de Esperando la carroza o la distopía represiva de Lo que vendrá. Esta serie se acopla con otra de dimensión más intrínsecamente política que comienza con el preámbulo de la constitución como “rezo laico” o con la democracia “con la que se come, se cura y se educa”, sigue con el Juicio a las Juntas para el “Nunca Más” y se astilla con la “casa en orden” y “las felices Pascuas”. Tiempos, destiempos y confluencias para garabatear una metáfora de la alianza posible.
Estas dos derivas de la ficción y la política son algunas de las varias posibles en este tiempo transicional marcado por el miedo, la euforia, la esperanza y también la derrota. Porque el enemigo también prepotea con su discurso económico hiperinflacionario, su desmadre social de saqueos y paros generales y su golpismo militar de armas y levantamientos.
Pero aun en esa derrota del sueño democrático total ante la prosaica vigilia de la disputa por el poder, este tiempo de transición construyó desde su precariedad una matriz simbólico-política que hoy motiva algo más que una nostalgia de dientes apretados.
En el tiempo actual de angustias no menos profundas, sigue vigente la necesidad del discurso ficcional para construir política. Porque desde la política y desde la ficción, desde su mancomunada y vacilante voluntad regenerativa, desde su alianza perentoria, se cumplió con una tácita esperanza. Una democracia imperfecta, agrietada, llena de monstruos pero, esperemos, para siempre.
En 2018, Sergio Wolf filma su documental Esto no es un golpe sobre el alzamiento carapintada de Semana Santa de 1987. Cierra el documental con su propia voz en off diciendo: “Así como me conmovió oír ‘la casa está en orden’ sabiendo que no lo estaba, hoy me conmuevo cuando alguien dice ‘Semana Santa’ como sinónimo de hacer tambalear la democracia. Pienso más en Alfonsín, si lo que hizo fue un sacrificio o la perspectiva del que ve más lejos. Si fue alguien que soñó fundar un reino y fue tras esa quimera y si al final pensaba que el tiempo lo había vencido o que él había vencido al tiempo. Me gusta pensar que ese ver más lejos era en verdad su reino”. Treinta y un años después aquel sujeto político creado por la transición, devenido realizador y en trance de pensar su propio pasado, conjuga la ficción, la política y su propia experiencia para seguir diciendo, de alguna manera, la verdad íntima, utópica y permanente de este encuentro inconcluso.
* Néstor Perlongher lee el poema “Cadáveres” por primera vez, en el hall del Teatro San Martín presuntamente en 1984. Luego lo publica en su segundo libro Alambres, Buenos Aires, Último Reino, 1987.
A comienzos del 2015, la Real Academia Española lanzó su diccionario y al mismo tiempo repitió una actitud de tono racista que año tras año arroja contra el pueblo gitano. El diccionario detalla el uso del adjetivo gitano: “se dice de los individuos originarios de la India”. Luego, equipara el adjetivo gitano al de trapacero: “tramposo, falso, mentiroso, que realiza engaños en contra de los otros”.
Pese a los reiterados reclamos que la comunidad gitana formaliza para quitar el insulto, la RAE hace oídos sordos y continúa aplicándolo. ¿No es llamativo que un diccionario asocie el delito de engañar sólo a los gitanos? ¿Se puede relacionar el engaño con las nacionalidades, las investiduras políticas o monárquicas, o sólo deben citarse fechas históricas y datos de protocolo? ¿Sería justo colocar al lado del término rey una síntesis negativa encabezada por, corrupto, despilfarrador de dinero ajeno, padre irresponsable, mujeriego, misógino, y depredador de animales en vías de extinción? Si siguiéramos por esa línea podríamos tomar a toda la realeza y enumerar una larga cadena de delitos más graves que los cometidos por los gitanos en toda su historia. El diccionario no es el lugar para instalar valoraciones subjetivas que excedan el buen uso de la lengua y desvirtúen la función de una herramienta necesaria para la comunicación entre las personas.
El alcance del calificativo trapacero debemos discutirlo en el ámbito de la sociología histórica o bien en la justicia donde la realeza tiene amplios y añejados contactos; y donde los gitanos tienen celosos custodios listos para encarcelarlos al primer robo de gallinas. Es justo reconocer que cuando llegaron los gitanos a Europa en el siglo XIV rápidamente fueron acusados de saqueadores y cuatrerismo. Esto se comprobó fácilmente porque ellos mismos entregaban los cueros de los animales y mostraban cómo sus mujeres los sazonaban y cocinaban en calderos enormes. Con estos delitos construidos en base a engaños, abusaban de la buena fe de las personas y molestaban (y molestan) a la sociedad; eran nómadas que vivían en la indigencia, cultivaban la endogamia semiplena; además, aterrorizaban a los fieles con sus conocimientos de astrología que habían obtenido en Egipto, y debido a esta estancia, al llegar a Europa fueron llamados egiptanos, egipcianos y finalmente gitanos. Su cultura fue considerada un mal ejemplo para la visión del mundo que había comenzado a trazar la Iglesia Católica, que asociada a la Monarquía, diagramó una sociedad ordenada, sedentaria, apegada a las leyes y al pago de impuestos. La religión natural de los gitanos y sus costumbres representaban todo lo contrario a lo que pregonaba la égida europea. Fue necesario acrecentar su imagen negativa para obtener el favor de la ciudadanía y tratar de eliminarlos físicamente. Por lo tanto, ya no eran sólo cuatreros, sino también caníbales desaforados, salteadores de caminos y robadores de niños. Las penas para todos estos delitos era la muerte.
El nomadismo se constituye en la única vía de escape cada vez que hay problemas para los gitanos. Durante el crudo invierno, cuando en las montañas no encontraban cuevas donde guarecerse, bajaban al llano, cavaban hoyos en la tierra y encendían una fogata para calentar las paredes del pozo y calefaccionarse. Rápidamente la Iglesia los acusó de provenir del infierno y de oler a azufre. Para esquivar esta acusación, cambiaron la estrategia y comenzaron a trepar a las copas de los árboles para no perecer bajo la nieve ni dentro de la soga de la horca. Familias enteras dormían atadas a las ramas para no caerse. La contraofensiva siguió adelante y las autoridades de casi toda Europa ofrecían a los ciudadanos una caja de cartuchos y un cerdo al que matara a un gitano.* Fueron cientos de miles los muertos por estos falsos delitos. Después de más de seis siglos de asesinatos, esclavitud y persecuciones (que aún continúan), los primeros investigadores sobre la problemática gitana reunieron y publicaron sus trabajos en el Journal of the Gypsy Lore Society de 1888. Aquí pudieron demostrar que todas las condenas a muerte fueron cumplidas pero no encontraron material probatorio, no hallaron en las actas las declaraciones de los padres reclamantes ni de los niños robados. Los delitos, en un 90%, no pasan ni han pasado del engaño, propio de un estado de marginalidad. Casi la totalidad de esos hechos menores son realizados a cualquier hora del día, por adultos, mujeres o niños y eso enoja y conmociona mucho a la sociedad. Que no se conmociona tanto cuando los delitos son cometidos por los que considera sus pares o por los poderosos.
En el diccionario de la RAE, encontramos los datos biográficos formales de Cervantes, pero si queremos datos personales debemos recurrir a los trabajos de investigación. Allí nos enteramos que se sentía fracasado porque fue un mal militar, en El Quijote, con mucho humor lo deja ver. Su segundo oficio, no tan querido, fue la escritura. Luego de perder un brazo en la Batalla de Lepanto, es ubicado por la Corona como cobrador de impuestos, pero Cervantes comete el pecado de quedarse con el dinero y va preso. Ya en libertad, es raptado por piratas portugueses, y España paga rescate por todos menos por él. Como los portugueses se decepcionan y pierden interés en su custodia, Cervantes aprovecha un descuido y escapa. Regresa al pueblo donde vivía con su esposa e hijas. Pero se encuentra con que los vecinos habían juntado firmas porque las damas recibían visitas de señores a altas horas de la noche. Él las buscó, las encontró y reanudaron la vida familiar… Estos datos personales no deshonran al padre de la lengua española, ni menoscaban su figura, por el contrario, la humanizan. Pero si estos datos biográficos se mostraran en un diccionario, sería un acto ofensivo y discriminatorio, ejercido contra la genial figura de Cervantes y sería también una bofetada cobarde contra la más hermosa de las princesas encantadas: España.
Ante esta situación, me contacté con la RAE, les pregunté el porqué de la definición elegida y recibí esta respuesta: “Le informamos de que la Real Academia Española no inventa palabras, ni acepciones, ni tampoco las censura, promociona o publicita. Se limita a recoger en su nomenclatura aquellas que tienen o han tenido uso en el idioma español, siempre avalado por textos. Si la palabra Cervantes, con cualquiera de los significados despectivos que usted expone en su escrito, existiera en español y estuviera documentada en textos igual que lo está gitano como sinónimo de trapacero, no dude de que el DRAE la recogería en su repertorio”.
*Ver leyes antigitanas en Europa.
Jorge Emilio Nedich es escritor. Su última novela es El alma de los parias (Ediciones de la Flor, 2014). Publicado el 06/05/2015, en Clarín.com.
El zorro y el erizo es una publicación digital del Programa de Contenidos Transversales Acreditables de Grado de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario que busca acoger las voces de nuestra comunidad académica, comprometidas con los debates contemporáneos y la reflexión crítica sobre lo urgente y lo inactual. El nombre elegido remite a uno de los libros del pensador letón Isaiah Berlin (1909-1997), cuya obra dispersa y múltiple, cual las astucias del zorro, contrasta con la noble figura del erizo, signada por la sistematicidad y la centralización. Berlin abordó, entre otros temas, la libertad, la contrailustración y las relaciones entre ética y política.
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