Boletín N.° 31

Puan y la filosofía en Latinoamérica. Un barco preso en la botella del figón

Dir. Escuela de Filosofía -
Dir. Programa revisión del canon
para la enseñanza de la Filosofía - UNR

El sábado 21 de octubre se proyectó Puan en el cine El Cairo, a sala llena y con la presencia de sus realizadores y productores. La experiencia fue sumamente potente porque la película, con enorme lucidez, da en el blanco de nuestra coyuntura. No diría, sin embargo, que es profética o premonitoria (como se ha escrito en algunos medios), porque ya desde 2015 asistimos a distintas operaciones en contra del trabajo docente, a toda una serie de intentos por imponer socialmente la idea de que los docentes somos superfluos. Desde entonces se viene gestando una embestida contra la docencia como práctica social, que en aquel momento se plasmó mediante el incumplimiento de la ley de paritarias y a través de agravios mediáticos de todo tipo.  
    De aquellos años, recuerdo una clase pública por la defensa de la Universidad que realizamos en 2017 en nuestra Facultad, en la que señalábamos que el proyecto de destrucción de la educación pública (su consumación material efectiva) requeriría en primer lugar de una operación de agravio sistemático y sostenido hacia el trabajo docente que calara socialmente.
     Puan, escrita en 2020 y rodada en 2022, llega a su estreno en un 2023 en el que la amenaza a la Universidad pública y a lo público en general se nos ha venido encima. En comparación con el 2015 esa amenaza se ha acrecentado, porque el desprestigio de la docencia hoy sí ha calado socialmente en ciertos sectores, tal como se vio en los resultados de las elecciones PASO del 13 de agosto.
    Esta película nos interpela como comunidad universitaria en múltiples sentidos. En primer lugar, porque nos reconocemos perfectamente en los personajes y en las situaciones: el profesor Pena, que suma changas filosóficas a su trabajo como docente en la Universidad para armarse un salario. El profesor Sujarchuk, que llega con todo el glamour de su posgrado europeo y suscita que la comunidad educativa se ponga a sus pies y le rinda pleitesía. La tensión entre ambos por la disputa del espacio de una cátedra, es una contienda que pasa a un segundo plano cuando la amenaza de la Universidad pública activa los lazos comunitarios de resistencia.
    Entre las diversas interpelaciones que nos enrostra Puan, quisiera señalar una muy especial para quienes nos dedicamos a la enseñanza de la filosofía: la cuestión del canon filosófico con el que nos hemos formado, el canon que heredamos y que tendemos a reproducir en la formación de los futuros docentes. La película gira en torno a la cuestión de la herencia y de la necesidad de preguntarnos qué queremos hacer con los legados que recibimos.
    En nuestra carrera en la Universidad Nacional de Rosario también sucede que las únicas asignaturas que ostentan el nombre de “Filosofía” son las que se ocupan de la filosofía europea. Las preguntas que Doris, la viuda del profesor Caselli, le hace al profesor Pena: “¿por qué no dicen ‘filosofía latinoamericana’? ¿por qué lo llaman ‘pensamiento latinoamericano’?”, dan en el hueso de la colonialidad del saber que atraviesa nuestras instituciones, nuestras prácticas y nuestras subjetividades.
    Este colonialismo intelectual queda contundentemente ilustrado en la escena en la que Pena no puede sustraerse a su propio sesgo racista, que lo lleva a dar por supuesto que la Doctora en Filosofía por la Universidad Pública de El Alto en Bolivia es la empleada doméstica de sus amigos porteños. Pena es un buen tipo, no es racista, no es de derecha, no es un odiador, pero la blancura como dispositivo lo atraviesa subjetivamente sin que ni siquiera él mismo esté al tanto.
  Ante el cuestionamiento acerca de por qué llamamos “pensamiento” y no “filosofía” a lo que hacemos en Latinoamérica, el profesor Pena responde obedeciendo al relato canónico elaborado hace poco más de doscientos años en la universidad moderna alemana: “porque acá no llegamos a elaborar una tradición”. Afirmar que nosotros “no llegamos”, condensa el supuesto de un camino evolutivo de las ideas, de una concepción teleológica de la historia de la filosofía según la que, a medida que transcurre el tiempo, nos acercamos cada vez más a un estadio último prefigurado desde el propio comienzo de la filosofía, en el cual ya estaba mentado el desarrollo desde lo menos perfecto a lo más evolucionado. Ese desarrollo progresivo tendría lugar en Europa, y Latinoamérica no podría hacer otra cosa que reproducirlo en estas latitudes. Se trata de aquello que nuestro querido Enrique Dussel, a quien en estos momentos rendimos especial homenaje, ha llamado “sucursalismo” de las ideas.
    En consonancia con la práctica de replicar la palabra de un Otro dominante, la del colonizador, la del titular de cátedra al que hay que suplantar, en definitiva, la palabra de un Padre al que no se termina de destronar, destaco  el momento en que Doris le dice al atribulado profesor Pena: “buscá tu propia voz”. Hallazgo al que Pena logrará acceder cuando viaje a Bolivia y en la última escena del film pueda finalmente entonar Niebla del Riachuelo ante colegas y estudiantes.
  La potencia de Puan reside en que nos insta a hacernos cargo críticamente de las herencias recibidas. Puan es, por un lado, un llamado a la necesidad de conservar, cuidar y defender ese legado que es para nosotros la Universidad pública, la educación pública, inscripta en nuestra mejor tradición democrática, que se pone en juego hoy, más que nunca, en las urnas del balotaje del próximo 19 de noviembre. También es, por otra parte, una exhortación a que las filosofías latinoamericana y argentina se acepten como tales, abandonando la actitud sucursalista de mera reproducción de un canon ajeno y asumiendo la tarea crítica de emancipar la propia voz. Puan es, en definitiva, una invitación a que las filosofías de nuestra América dejen de pensarse a sí mismas como un barco en una botella para permitirse soltar amarras, levar anclas y zarpar.

Palestina: la seguridad de Israel y la resistencia

Mauricio Amar
Centro de Estudios Árabes
Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad de Chile

Palestina vuelve a estar en el centro de las noticias y quizá nunca como antes de manera tan controversial. En Chile la discusión se ha centrado en la búsqueda, por parte de la Comunidad Judía, del curioso embajador de Israel y de una parte importante de los académicos mediáticos y periodistas con intereses creados, de una condena explícita a los ataques de Hamas a los asentamientos israelíes apostados en las zonas fronterizas a Gaza. Como si la condena sirviera en sí misma, en el mejor de los casos, para reafirmar que en este conflicto hay dos partes, o en el peor, que existe un grupo terrorista llamado Hamas que asola a los israelíes y no los deja vivir en paz. Incluso algunas voces han criticado un supuesto doble estándar de sectores de izquierda por relativizar la violencia y han dejado entrever que la causa palestina perdería legitimidad. Estos discursos que siempre se presentan bajo la forma de la buena moral pasan por alto la responsabilidad de Israel en esta escalada de violencia.
Hablemos primero de seguridad. Una serie de cuestionamientos se ha hecho en estos días al rol de los servicios de inteligencia israelíes. Las críticas apuntan a no haber previsto un plan que incluso podría haber tardado años en ser planificado y puesto en marcha. Al pensar la seguridad de Israel como un asunto técnico (la capacidad de la inteligencia) se ha pasado por alto el problema de la seguridad en términos políticos. Es decir, Israel ha creído en los últimos dieciséis años que estrangular a dos millones de personas en Gaza, controlando el suministro de alimentos, medicamentos, electricidad, contaminando sus aguas con metales pesados, restringiendo el acceso a altamar, controlando todas sus fronteras y bombardeando continuamente a la población civil, es la manera en que se mantiene seguro su Estado. Israel ha creído que mantener una cárcel a cielo abierto es algo legítimo para su seguridad, pero de pronto se descubre que esta es una olla de presión que ha estallado. ¿De verdad pensaban los israelíes que los palestinos sometidos a este tipo de vejaciones tendrían una reacción pacífica al encontrarse cara a cara con los colonos? Tal vez esta es una idea que podría pensarse entre los intelectuales mediáticos chilenos, en la comodidad del hogar, pero no para Israel, primer responsable de cuidar a sus ciudadanos.
El derecho internacional ha insistido en que la seguridad de Israel pasa por el reconocimiento del legítimo derecho a la autodeterminación del pueblo palestino. No es algo que no hubiese estado sobre la mesa todos estos años. Sin embargo, Israel ha preferido crear un enorme campo de exterminio. En 2018 y 2019 los palestinos de Gaza, cansados de las humillaciones impuestas por Israel llevaron a cabo una manifestación pacífica conocida como la Marcha por el retorno ¿Qué ocurrió? Según Naciones Unidas 195 palestinos fueron asesinados (41 niños y niñas) y cerca de 29.000 resultaron heridos. Israel enseñó a los gazatíes que la resistencia pacífica sólo trae consigo muerte y ningún resultado político ni humanitario. Gaza, por lo demás, siguió sitiada y cada vez más desesperada.


Gran marcha del retorno

Lo que hicieron los palestinos de Gaza fue hablar en el idioma de Israel, infringiendo a israelíes, por un breve pero intenso momento, el mismo sufrimiento que para ellos se prolonga por 75 años. ¿75? Pues sí, porque la mayor cantidad de habitantes de la franja de Gaza son refugiados palestinos descendientes de aquellos expulsados por Israel en 1948. Desde entonces han vivido continuamente, y bajo diversas formas, la violencia de Israel y desde 1979 la abierta complicidad de Egipto. Esta es una experiencia compartida por todo el pueblo palestino que vive bien bajo el Apartheid de Cisjordania, como ciudadanos de segunda clase en Israel, en la cárcel de Gaza o bien en campamentos de refugiados en el mundo árabe. Y aquí no se trata de justificar ningún tipo de violencia, sino encontrar las responsabilidades de las que Israel quisiera salir indemne.
Desde hace algunos meses en Israel se vienen sucediendo protestas contra el gobierno de Benjamin Netanyahu a propósito de la aprobación de una ley que debilita al poder judicial. Frente a ello, muchos israelíes han comenzado a hablar de un gobierno fascista que debilita la democracia. Protestas en las que la cuestión palestina no apareció jamás en el horizonte de demandas. ¿Por qué? Porque Israel más allá de su extrema derecha en el poder, ha sido incapaz de ver a los palestinos como sujetos políticos y ha creído que era posible mantener una democracia sólo para judíos, ocupando a tres millones de personas en Cisjordania y dos millones en Gaza, sin darles ningún derecho civil o político. La proliferación de asentamientos ilegales, la creación de carreteras segregadas, la construcción de un muro de separación es algo que ni siquiera ven los colonos, porque los asentamientos están conectados por esas carreteras a cualquier lugar de Israel y el muro se abre para que sus vehículos pasen mientras los automóviles palestinos quedan atrapados en circuitos desconectados. Los israelíes, desde el ahora alicaído laborismo hasta la extrema derecha, no ven a los palestinos. Son seres invisibles que aparecen en los noticiarios como potencial amenaza. Amenaza que los servicios de inteligencia controlaban, hasta ahora.

Hablemos ahora un poco de terrorismo, palabra tan usada por Israel y quienes toman el léxico de Estados Unidos como manual de interpretación de cualquier hecho que guarde relación con Oriente Medio. La estrategia de Israel durante décadas ha sido usar indiscriminadamente dos palabras: terrorismo y antisemitismo. Una es utilizada para cualquier acción de resistencia por parte de los palestinos. La otra, para cubrir toda crítica que se haga en el concierto internacional a las políticas genocidas de Israel. Terrorismo era para Israel lo que hacían los combatientes de la OLP mucho antes de que Hamas existiera. Terroristas eran, para este Estado, los niños que durante la intifada lanzaban piedras a los tanques. Todo cuanto implique formas de resistencia contra la ocupación es designado con el mote de terrorista. Y bajo tal nombre Israel lleva a cabo operaciones militares de “combate al terrorismo” que le permite justificar cualquier tipo de violencia contra los palestinos. Con este argumento devastó Gaza en 2008, 2012, 2014 y 2021 dejando miles de palestinos muertos.
Asimismo, antisemita es el término que acalla a los críticos de Israel, cuestión que en Europa y Estados Unidos ha llevado incluso a la persecución del movimiento por el Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel (BDS), cuya premisa es totalmente pacífica en tanto busca abiertamente que se termine la ocupación de Palestina presionando a los gobiernos a no comerciar con este Estado mientras siga perpetrando sus crímenes hacia los palestinos. Incluso muchos judíos en el mundo que han apoyado la campaña y la resistencia palestina son tachados de “judíos que se odian a sí mismos”. De esta manera, sin aceptar críticas e incapaz de reconocer a los palestinos como sujetos políticos y ampliando constantemente los mecanismos de ocupación, limpieza étnica y Apartheid, Israel ha creído sentirse seguro y democrático.
Es muy probable que el no reconocimiento de los derechos políticos de los palestinos siga ampliando tanto la ocupación como la resistencia a ella. E Israel no puede esperar, como ninguna otra potencia ocupante, que sus oprimidos no se levanten con diferentes estrategias y maneras, incluyendo la violencia.